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El 15M como insurrección del cuerpo­máquina

 

di RAUL SANCHEZ CEDILLO

Cuando escribimos el presente texto, han pasado más de seis meses desde la irrupción del 15 de mayo de 2011. Desde entonces, el 15M ha vivido lo suficiente para que quepa advertir sus efectos en el sistema político y ha desplegado lo bastante sus capacidades para que podamos reconsiderar las hipótesis que al respecto podíamos elaborar hace unos meses, a saber: ¿es un movimiento capaz de refundar la democracia y de qué modo? Dicho de otra manera: ¿hasta qué punto y bajo qué condiciones es o puede devenir un movimiento constituyente, un poder constituyente (y por ende, es portador de novedad e invención radicales)? O dicho aún de otra manera: ¿hasta qué punto es portador de un proyecto nuevo de revolución (como forma del poder constituyente) y cuáles son las características determinantes de su tempo y proceso revolucionarios? Asimismo, una última e importante cuestión: ¿es una excepción sin modelo, o bien cabe pensar, mutatis mutandis, en una reproducibilidad­traducibilidad en otros contextos continentales y globales?

Por otra parte, a las primaveras árabes de 2011 y a la ocupación de la Plaza Síntagma de Atenas han sucedido en otras ciudades del mundo irrupciones muy similares –fundamentalmente, la iniciada por “Occupy Wall Street” en los USA desde el 17 de septiembre de 2011– que a estas alturas nos permiten hablar de variantes o, más bien, de una variación continua de un prototipo global. Ahora bien, ¿un prototipo de qué?

Podemos afirmar que el 15M, como las primaveras árabes, es un movimiento de revolución democrática, radicalmente (inventor) de democracia y de democratización radical. Pero ante todo el 15M es un proceso de politización masiva de multitudes, de reapropiación de lo político por parte de cientos de miles de personas y, hasta cierto punto, de millones. No es un movimiento de opinión pública, ni de derechos civiles. Incluye estas dimensiones en lo que llamamos un proceso de movimiento­sistema­red.

Si hace unos meses podíamos atrevernos a plantear la hipótesis de que el 15M expresaba, in nuce, un prototipo de poder constituyente, hoy creemos que esa hipótesis encuentra aún más asideros en la fenomenología del movimiento. Téngase en cuenta que hablamos de poder constituyente, esto es, no de «movimiento social», de «sociedad civil», «opinión pública», «acción colectiva», etc. Sino de una multitud que se organiza y se conduce para la fundación de un orden político nuevo que invalida y destituye el vigente. En este sentido, podemos sostener que el 15M es un prototipo de un poder constituyente adecuado a la multitud contemporánea. Se trata, sin duda de un work in progress, de una invención radical, de un proceso abierto y discontinuo y en gran medida solo incipiente.

¿Por qué decimos «adecuado a la multitud contemporánea»? Pensamos, en efecto, que con el surgimiento del 15M se han puesto en práctica problematizaciones y líneas de fuga radicales respecto a buena parte de las aporías que acechan a la autoconstitución de una multitud capaz de autogobernarse. Nos referimos a las relaciones entre unidad y diferencia política; al problema de la decisión (¿quién, cómo, cuándo?); a la construcción del consenso entre una multiplicidad cualquiera de singularidades; a las relaciones entre alteridad e identidad, tanto en lo que atañe a la definición del amigo y el enemigo políticos como a las funciones de control que la identidad juega en el proceso; al problema de la fuerza y la legalidad y al problema de la ruptura política de la obediencia constitucional.

Desde la revolución tunecina contra Ben­Ali hasta el más reciente movimiento Occupy en Estados Unidos, la noción de una nueva modalidad de revuelta o de revolución de tipo distribuido,

emergente, sin cabeza o jefatura identificables (donde el referente técnico es la arquitectura de red peer to peer), basada en el uso de las redes sociales en Internet y en general de las tecnologías de la información y la comunicación en red, se ha tornado en un tema de actualidad en los grandes medios y en el debate tanto académico como político. Sin embargo, tanto a favor como en contra, tanto desde la supuesta objetividad académica como desde la subjetividad del compromiso político, la discusión y el análisis sobre las llamadas «revoluciones 2.0» solo ha hecho énfasis en uno u otro aspecto de las mismas.

En primer lugar, y desde la simpatía, se ha glosado mucho sobre la acción colectiva emergente, rizomática, horizontal, distribuida, etc. Es decir, se ha escrito sobre la estructura del movimiento y su novedad radical respecto a las estructuras dominantes de la acción colectiva. Por otro lado, y con frecuencia desde las miradas adversarias, se ha escrutado el mensaje, el programa, la alternativa enunciada por tales movimientos, al objeto de descubrir su insuficiencia o su incompatibilidad respecto a las mediaciones políticas sensatas, aceptables o, desde posiciones «revolucionarias», de poner de manifiesto su carencia de un «cuerpo fuerte» y de la «dureza» necesaria para operar un cambio social radical1.

Menos habituales han sido hasta ahora los enfoques que tratan de comprender estos procesos emergentes con arreglo a una modelización fuerte, capaz de dar cuenta exhaustiva de la fenomenología de tales movimientos desde un punto de vista estructural, genealógico e histórico. Como suele ocurrir, encontramos los esbozos más interesantes de esa comprensión entre analistas hostiles que se apasionan por su objeto. Es el caso, siempre inquietante, de David Ronfeldt, viejo analista y estratega de la contrainsurgencia para la RAND Corporation, que ha comenzado a analizar el movimiento Occupy en Estados Unidos conforme a su esquema de análisis de las relaciones entre formas tribales, instituciones jerárquicas, mercados y redes (TIMN), así como desde el punto de vista de las relaciones prácticas de los movimientos respecto a los factores conjugados espacio­tiempo­acción (STA)2.

Volviendo al 15M, se trata de describir aquello que, out of the blue, ha prendido, sin que con plena seguridad podamos decir que «sigue ahí», atendiendo a lo que a nuestro modo de ver resulta decisivo, a saber, la «puesta en existencia», el ritornelo3 constituyente del 15M. Si exploramos la fenomenología del movimiento encontramos la recurrencia de todos los elementos que se vienen enumerando en las descripciones de las «revoluciones 2.0», pero al mismo tiempo no podemos dejar de advertir la resistencia que esa misma fenomenología ejerce contra las distintas modelizaciones y «explicaciones». Cabe sospechar que, entre otros motivos, lo hace porque sigue siendo un proceso abierto, vivo.

Sin embargo, no cabe oponerse a las explicaciones parciales en nombre de una totalidad abierta sin considerar justamente cada uno de los elementos que se han aglomerado en esa totalidad o sistema, así como las características más relevantes de su formación. Al objeto de poner de manifiesto el exceso, la contingencia, el plusvalor de acontecimiento de su puesta en existencia.

Si partimos de la hipótesis de que el 15M es una modalidad événementielle –esto es, surgida de un acontecimiento improbable e impredecible– de sistema­red capaz de autoorganización, consideremos brevemente por separado sus aspectos fundamentales.

Proceso emergente, sin «sujeto», policéntrico, autopoiético

Atendamos brevemente al modo de surgimiento del 15M. Cabe rastrear genealogías de la movilización de red que en el caso español remiten sin duda a los enjambres del 13 de marzo de 2004. Un acontecimiento que ya ha ingresado en la historia paranoica del régimen constitucional español (casi como algo forclos, inconcebible, inimaginable, intolerable), pero que asimismo forma parte de la gramática de la movilización en red en el reino de España.

Pero el 13M fue una flashmob, una multitud singularísima y evanescente. En cambio, con el 15M estamos ante una dinámica emergente que da origen a un proceso de autoalimentación y autoconstitución y a un movimiento que, por más que desbordante y regulado por umbrales antes que por límites, no ha dejado de ser reconocible, innegable, absolutamente presente. El movimiento del 15M no es un (gran) movimiento más. Es el más importante de los últimos treinta años en el reino de España. Pero además presenta una fisionomía que hace de él un movimiento radicalmente nuevo.

Ni que decir tiene que el desarrollo de las redes sociales ha abonado el terreno para este tipo de movilizaciones. Y, por supuesto, la primavera árabe produjo ese contagio en las «neuronas espejo» de muchas minorías en el reino de España.

Ahora bien, ¿cómo ha «funcionado» el 15M? ¿Cuál ha sido el «método»?

El 15M presenta en su origen las características de un proceso emergente, es decir, la sorpresa, la imprevisibilidad, la novedad y la nueva ordenación de lo preexistente, con el surgimiento de estructuras, comportamientos propiedades y pautas nuevas en un sistema complejo. Con Félix Guattari diremos que responde a una heterogénesis, esto es, se trata de una dislocación de lo posible que hace que una multiplicidad de elementos a priori incomposibles «prenda», de repente, en una nueva composición que encuentra formas de autoordenación. El 15 de mayo hubo manifestaciones en las principales ciudades españolas. Al término de una de ellas, una ínfima minoría de personas decide quedarse a acampar en la Puerta del Sol: ahí tenemos una heterogénesis.

Estructura policéntrica, componentes del movimiento­sistema­red y constitución de una esfera pública post­media

El 15M comenzó como un virus de afecto, cuyo vehículo lingüístico se resume en el lema de aquella jornada: «No somos mercancía en manos de políticos y banqueros». El contagio prende así, de manera simétrica y contraria a como prende el pánico o la euforia en los mercados financieros, y da lugar, cuando nadie lo esperaba, a manifestaciones masivas. Contagio y enjambre.

Así, pues, la red se presenta como la estructura fundamental, y la más profunda y rica de la heterogénesis del 15M. No hablamos solo de Internet y de las redes sociales, sino de la forma red de la cooperación y comunicación social general en la que, por así decirlo, el 15M se pone a funcionar. Y lo hace en conexión con esta forma red fundamental, que responde al patrón de una fully connected network, en la que todos los nodos están en condiciones de conectarse con todos los

demás. O, como decíamos más arriba, responde a una arquitectura peer to peer, igualitaria, horizontal y equipolente.

Lo interesante es que esta forma red subsume o se subordina las redes de tipo asimétrico, esto es, las dominadas por centros de enunciación y emisión de consignas (partidos, sindicatos, ONGs, organizaciones de extrema izquierda, media mainstream). Esto ha introducido una ruptura radical en el régimen de producción mediática de la realidad. El sistema­red 15M se ha tornado desde el principio de su existencia en productor de cotas crecientes de realidad, puesto que, cuando es la red el agente fundamental de enunciación –y no el responsable, el portavoz o la organización–, la capacidad de controlar los comportamientos a partir de operaciones de enunciación sobre las acciones previsibles de los sujetos entra en una zona de radical indeterminación y disputa.

Desde este punto de vista, las acampadas se presentan como una espacialización y al mismo tiempo una pretensión de «representación» del 15M. Ponen en escena los cuerpos y sus palabras, y remiten la palabra al cuerpo y a su resistencia. Ficcionan y fabulan una soberanía y una asamblea de los muchos en la calle, en la desnudez potente de la multitud no autorizada. Replican el contagio en la erótica indiscriminada del contacto, de la composición de cualesquiera y de la complicidad anónima.

De las acampadas nacen las asambleas. Y éstas se ponen como estructuras de autogestión de la politización de la vida y de difusión, extensión y concreción del movimiento en el territorio y en sus problemas. Pero también, tendencialmente, como lugares de identidad, neutralizaciones del devenir.

De esta suerte, tenemos una estructura policéntrica sin centro principal, sin cuartel general. La tradición política desconfía radicalmente de la capacidad estratégica de una estructura semejante. Tanto la reaccionaria como la revolucionaria. Su unidad, parece, no puede ser más que efímera. Su capacidad de decisión eficaz resulta prácticamente imposible. Su autoorganización solo podría terminar con el tiempo en una entropía ininteligible. Lástima que una montaña de hechos demuestre lo contrario.

Pero la vocación de este texto tampoco es la de una apología, ni siquiera soterrada.

Ahora bien, ¿cómo es posible que en una estructura semejante la cooperación eficaz sea un hecho, al menos durante periodos sostenidos? No estamos aquí en un terreno ideal, arendtiano o habermasiano, de la deliberación y la acción política en concierto. Tales enfoques solo explican una parte, la más aparente y menos clara del 15M.

En lo que atañe a la capacidad de ataque, el 15M perfecciona las dinámicas del enjambre y de la ciberguerra en manifestaciones y concentraciones inesperadas y no autorizadas; en el bloqueo y los piquetes contra los desahucios o en las ocupaciones de inmuebles y en su defensa. Se sabe que solo inutilizando la infraestructura física de la red cabe evitar los enjambres, es decir, el control eficaz solo es posible bajo la forma de una dictadura de pura antiproducción (no es otra, por lo demás, la axiomática de la «austeridad»). Pues en la red misma, en sus códigos, protocolos y signaléticas reside el mecanismo de activación y modulación del enjambre.

El enjambre no es aquí una metáfora. No en vano se habla de cooperación distribuida de tipo estigmérgico entre agentes espacial y temporalmente separados4. Y la cooperación estigmérgica

remite a las marcas y las señales de todo tipo que permiten que individuos con facultad deliberativa no tengan que deliberar, es decir, dilatar en el tiempo y la incertidumbre su decisión y su activación cooperativa. Sino que pueden comportarse como agentes inteligentes no deliberativos que responden a las señales relevantes, activándose a la par que replicándola. Esta dimensión estigmérgica explica la viabilidad de la contramovilización total de varios meses desde el 15 de mayo. Pero tan importante como la dimensión antagonista que designa el prefijo «contra», lo es su dimensión de automovilización. Ahora bien, ¿qué o quién es aquello que se moviliza a sí mismo?

El 15M como sistema­red autopoiético abierto

Las principales estructuras y situaciones que ha presentado el 15M contienen incontables elementos y singularidades, es decir, no estamos, sin más, ante distintos tipos de comunicación y cooperación entre individuos. Desde el punto de vista espacial, la Puerta del Sol, por ejemplo, no es solo una amplia plaza del Madrid histórico, sino también un lugar que contiene una historia menor, en la frontera de lo oficial, de revuelta e insurrección. La carga de los mamelucos de Goya se sitúa en la Puerta del Sol, y las imágenes de la manifestación de la tarde del 14 de abril de 1931, en la que se celebra la proclamación de la II República española, han servido de ilustración de muchos manuales escolares y documentos didácticos. En otro ámbito, la fuerza mitopoiética de las intervenciones de Anonymous moviliza universos de valor preñados de afectos transversalistas, cuya capacidad de contagio no encaja en la cuadrícula de análisis de los valores o las creencias del individuo que participa en la acción colectiva (en una protesta a través de Twitter, por ejemplo).

En este sentido, cabe afirmar que la cooperación estigmérgica en red y la aparición de universos de valor (ético, estético) y afecto han proporcionado el suplemento que permitió dar consistencia (y transistencia, esto es, capacidad de contagio, traducción, recombinación, hibridación) a la aglomeración a priori incomposible de elementos, singularidades y estructuras del 15M. Lo que de esta manera se determina es un proceso autopoiético, esto es, una autoproducción de sí de una sistema­red abierto. Lo propio de una autopoiesis, más allá de toda aproximación metafórica, es tanto la capacidad endógena de producción de nuevas estructuras y relaciones, como una reproducción de un conjunto de singularidades en su singularidad o, dicho de otra manera, una capacidad de metamorfosis que no destruye la unidad de su conjunto. Aunque tan solo aceptáramos su existencia durante unas semanas, o acaso unos días, podemos sostener que el 15M es la puesta en existencia de ese proceso autopoiético.

Ahora bien, ¿cómo explicar la fuerza de una autopercepción, el reconocimiento de sí entre singularidades anónimas y a priori individualizadas y separadas por una red de representaciones de pánico e inmunidad, esto es, el escenario dominante de la «crisis» y la «austeridad» en Europa?

Sabemos que ha habido un afecto dominante, la indignación, ese odio, que une a los individuos en una pasión civil. Todas las luchas sociales parten de una figura del odio. La determinación de un cuerpo indignado transindividual produce una mayor potencia, una alegría común, y por lo tanto

una esperanza que hace perder el miedo5. Digamos que tenemos en ello una causa eficiente de la unidad del sistema autopoiético del 15M, pero no una explicación convincente de su espesor e intensidad, ni de su extraordinaria resistencia a la normalización, la banalización y neutralización políticas. En cierto modo, podemos decir que el 15M ha ido contra el sentido común de lo político porque ha redescubierto o reinventado un común político de los sentidos.

A contrapelo del grado cero del significado que el problema de la conciencia tiene en el discurso político (también en lo que atañe a la «conciencia de clase»), el 15M ha renovado el interés y el valor del problema, precisamente en la medida en que ha multiplicado sus dimensiones y, sobre todo, porque las ha desindividualizado radicalmente. Nuestra idea de sistema­red permite anteponer esa conciencia intensiva y transindividual del sistema autopoiético en su proceso de autoproducción a toda asimilación a las nociones pantanosas de la conciencia ideológica o de la conciencia moral.

Para desplazar radicalmente el problema de la conciencia de tales tópicos podemos servirnos, mediante una extrapolación que consideramos no abusiva, de la teoría experimental de la conciencia de Antonio Damasio como el «sentimiento de lo que acontece» por parte de un organismo metaestable (en este caso un organismo colectivo híbrido y compuesto).

De esta suerte, un proceso de puesta en existencia, una aglomeración existencial de elementos heterogéneos accede a una unidad, a la propiedad de un sistema­red abierto en constante experiencia de afectar y ser afectado por su afuera, por el campo social, y en esa medida construye lo que con Damasio podríamos llamar un proto­self (hecho de señales y emociones que remiten a un cuerpo común emergente). Para ello podemos pensar que ha sido preciso que, más allá del nombre genérico, la indignación y sus gamas cromáticas, expresadas en miles de enunciados e imágenes en la red, hayan podido operar como lo que Guattari denomina un afecto problemático, es decir, una tensión afectiva y cognitiva que, por así decirlo, pone en suspenso, tornándolo susceptible de cambio y mutación enriquecedora, el régimen normal de las funciones de trabajo­vida sometidas a la movilización total6.

Retomando las expresiones de Damasio, a partir de una protosubjetividad transindividual del afecto de indignación tendríamos una «core consciousness» (que corresponde a un «core self»)7, resultado de la emergencia de un mapa neuronal de las afecciones del sistema emergente 15M en sus encuentros e interacciones con otros cuerpos y objetos, un mapa de segundo orden que activa la inteligencia colectiva en una dinámica de apropiación­transformación del campo social (que correspondería, en términos de Damasio, a una «extended consciousness», que permite «considerar la mente del otro; la capacidad de sufrir con dolor en contraposición a sufrir dolor sin más y reaccionar ante el mismo; la capacidad de sentir la posibilidad de la muerte en sí mismo y en el otro; la capacidad de valorar la vida; la capacidad de construir un sentido de lo bueno y de lo malo distintos del placer y el dolor; la capacidad de tomar en consideración los intereses del otro y del colectivo [...]»)8.

Una ruptura de las rutinas de la esclavitud maquínica

En este sentido decimos que la clave del 15M es una insurrección del cuerpo­máquina contra la destrucción de las condiciones biopolíticas de la democracia que suponen las políticas de austeridad. Cuando se habla de cuerpo­máquina no estamos, de nuevo, ante una aproximación metafórica.

La función trabajo­vida de la cooperación social en red se basa en sistemas de interfaces entre cuerpos y máquinas y en la expresión de las dimensiones maquínicas de lo humano. Christian Marazzi ha explorado hasta qué punto la separación entre capital fijo y capital variable se torna borrosa y aporética en el capitalismo cognitivo, en la precisa medida en que el capital fijo inmaterial memorizado en los cerebros se presenta como medio de producción, como «sedimentación de saberes codificados, conocimientos adquiridos históricamente, experiencias, en definitiva, trabajo pasado»9. Esta interiorización o incorporación del capital fijo en los cerebros de los individuos, inseparable de su puesta en red a través de sistemas de máquinas, es el presupuesto de la actividad de valorización (de explotación) de la cooperación social o función vida­trabajo, y en esa misma medida (esto es, en la medida en que es medio de producción y, por ende, su reproducción forma parte del proceso global de producción) configura lo que Marazzi (así como, desde otro punto de vista, Robert Boyer) denomina un «modelo antropogenético», esto es, «un modelo de “producción del ser humano a través del ser humano” en el que la posibilidad del crecimiento endógeno y acumulativo viene dada sobre todo por el desarrollo del sector educativo (inversión en capital humano), del sector de la sanidad (evolución demográfica, biotecnologías) y del de la cultura (innovación, comunicación y creatividad)»10. Resulta sumamente interesante vincular el problema principal que se plantea Marazzi en el texto que citamos –a saber, ¿quiénes y cómo pagan el coste de la amortización de los cuerpos­máquina en las condiciones de una producción basada en un modelo antropogenético?– con lo que podemos llamar la «génesis maquínica» del 15M. Puesto que, bajo las condiciones impuestas por el axioma de la «austeridad», el coste de la amortización lo pagan, en tiempo y calidad de vida, los propios cuerpos máquina. Y sobre todo quienes viven­ trabajan en mayores condiciones de precariedad e invisibilidad social e institucional. La reducción a un mínimo de las partidas del welfare state, la precarización del acceso al cualquier tipo de renta, la desposesión de títulos de acceso a garantías sociales para sectores crecientes de la población, el funcionamiento automático de los mecanismos de expropiación vinculados al endeudamiento, etc., se traducen en un redoblamiento de la violencia sorda de la movilización total de la sociedad red, en un tempo que conduce a un límite de sostenibilidad las formas de vida de los sujetos, llevándolas a un paroxismo.

Consideremos hasta qué punto esto es así en las dimensiones de lo que Guattari denominaba la esclavitud [asservissement] maquínica, es decir, los procesos de captura de las funciones maquínicas humanas (desde el sistema psicomotriz a la expresión codificada de las emociones, pero también el reconocimiento y la respuesta a señales y expresiones codificadas de tipo lógico y semántico, como en la gramática de las redes sociales y en general de las web 2.0) por parte de sistemas de máquinas técnicas y lógicas más desterritorializadas (los interfaces de usuario de los distintos soportes informáticos y telemáticos, el sistema de conducción automovilística, en el ejemplo princeps de Guattari, o el sistema de atención, servicio y vigilancia de un equipo de

asistentes de vuelo comercial o el protocolo de recepción y clasificación de un servicio hospitalario de urgencias, pero también el sistema de trabajo humano en una cadena de montaje taylorista). La esclavitud maquínica funciona con arreglo a automatismos de la percepción, la emoción y la cognición que no precisan de una conciencia focal plena salvo en situaciones límite. En esa medida no es un sistema de sometimiento que implique las dimensiones de identidad del sujeto o una interacción simbólica asimétrica, sino que es esclavitud en el sentido cibernético de la expresión, como cuando se habla de un «servomecanismo». Consideremos hasta qué punto la inmersión infocomunicativa de las funciones trabajo­vida en la sociedad red está hecha de tales automatismos prácticamente inconscientes bajo el control modulado de máquinas técnicas e informáticas. Si hay una infraestructura maquínica de la movilización total productiva, la encontramos en estas dimensiones de subordinación inconsciente o preconsciente. Y en esa misma medida, volviendo al 15M, algo ha debido producirse, una ruptura, una suspensión activa en esos automatismos para que tales funciones se hayan puesto al servicio de la emergencia de ese proto sí mismo de un sistema autopoiético, antes y después del 15 de mayo de 2011. En este sentido hablamos de una insurrección del cuerpo máquina, porque, antes de convertirse en un proceso deliberativo, discursivo y de reconocimiento entre sujetos e individuos –que se presentan como otros tantos niveles de consistencia del sistema red 15M–, una bifurcación perversa, una emergencia rítmica, una singularización contagiosa de las funciones de esclavitud maquínica ha tenido lugar, de tal suerte que ha entrado en juego la procesualidad de un inconsciente maquínico, esto es, de aquel que, según Guattari, «sería el de los campos posibilistas, el de las micropolíticas moleculares, así como [...] el inconsciente alejado de los equilibrios estratificados». El inconsciente maquínico «está hecho del conjunto de posibles que pueden habitar todas las dimensiones del agenciamiento»11.

De esta suerte, la clave de bóveda del sistema 15M se sitúa entre los ritornelos que se cifran en lemas como «No somos mercancía en manos de políticos y banqueros. Democracia real ya» y, sobre todo, desde las plazas, el «No tenemos miedo». Una virtud transversalista en las imágenes y los signos, en el agenciamiento colectivo de enunciación que se construye a partir de actores emergentes como DRY, pero también y sobre todo en el gesto de la acampada de la Puerta del Sol y su resonancia de red, ha llegado al corazón mismo de las rutinas, de los ritornelos reiterativos de la función trabajo­vida vinculada a la esclavitud maquínica. Desviando tales rutinas y poniéndolas al servicio de la construcción de la «contra movilización total» de un sistema red. Generando, por así decirlo, un plusvalor maquínico que se ha traducido en una conversión en máquina de guerra de las modalidades más banales de interacción telemática. Así, por un lado, las imágenes de la Puerta del Sol han funcionado, en su resonancia con la plaza Tahrir, como un ritornelo sensible que ha dado una entidad a priori inverosímil a universos de valor capturados en hashtags como #spanishrevolution, adoptados irónicamente en un principio, pero tornados sobre la marcha en una creencia validada por el proceso mismo del 15M. Este tipos de ritornelos sensibles ha dado la realidad de una puesta en existencia, de un territorio existencial precario al circuito entre el espacio (público) físico y la red, entre los cuerpos en la calle y los cuerpos individualizados conectados a la red, que han podido ser percibidos por cada singularidad del 15M como modos y atributos de una misma sustancia. Por otro lado, el afecto problemático de lo que podríamos llamar una «indignación transversalista» se ha traducido en un «enloquecimiento» de las rutinas (tanto laborales como vitales) de cientos de miles de personas, ha recombinado y redireccionado (estigmérgicamente) los patrones neuronales entre atención, emoción, percepción, cognición y acción, alumbrando un tempo

singularísimo del «deseo de la máquina» que antecede a toda deliberación o decisión del individuo. El «no tenemos miedo» ha podido alcanzar el corazón de los cuerpos­máquina.

Estructura paradójica de la decisión y la representación: entre el pueblo y la multitud. Las máscaras y proceso de autoconstitución

Resulta interesante considerar, a la luz de lo expuesto, las dificultades que en las acampadas y las asambleas se han presentado a la hora de tomar decisiones, de funcionar por consenso pero sin unanimidad, de instalar el disenso en su seno sin que éste cristalice en bloques e identidades. Mientras que la función de espacialización, así como de expresión del cuerpo y de ocupación y reapropiación física del territorio urbano por parte de las acampadas, las asambleas y las manifestaciones no autorizadas constituye uno de los puntos fuertes de su consistencia y las valida como uno de los centros del sistema­red 15M, sin embargo es notorio que el añadido o la superposición de las funciones de «ágora» de individuos cualesquiera y, en cierto modo, de «asambleas populares constituyentes» se ha encontrado con dificultades críticas que han lastrado su funcionamiento y su dimensión de «máquina de guerra» social en el territorio metropolitano. No obstante, la constante inmersión del subsistema de ocupaciones y asambleas en el conjunto (indeterminable en número y extensión en un momento dado) del sistema red 15M ha resuelto buena parte de tales atolladeros en las situaciones más críticas y que podían presagiar una parálisis y el comienzo de la descomposición. Entra aquí en juego la idea de una validación de las propuestas y de decisión por «recursividad», en la que la densidad y masividad de las intervenciones sucesivas en la red sobre problemas o alternativas planteadas hace que tales problemas y alternativas se reformulen sucesivamente a partir de oleadas de participación y, en cierto modo, emerjan «opciones atractoras» que, en el medio, activo y dominado por pasiones alegres cooperativas, del sistema red emergente, tienden a encontrar las soluciones más adecuadas para el problema (táctico, organizativo, etc.) planteado. Pero sería un error disociar esta «wisdom of the crowds» de las condiciones excepcionales y frágiles de un sistema red nutrido por la indignación (un odio) y la falta de miedo (una alegría contagiosa). Dicho sea para evitar toda apología de la espontaneidad óptima de los sistemas emergentes, que llevaría a entender el 15M como una más de sus ilustraciones.

Entendemos así mejor el «vamos lento, vamos lejos», que ha servido de respuesta a las exigencias de «resultados» o «soluciones» inmediatas. Se vislumbra en ello la conciencia intermitente de la irrepresentabilidad de una multitud, y por ende la necesidad de las máscaras y el perspectivismo intrínseco de la forma 15M. La condición es que el proceso se desenvuelva en un medio estigmérgico que permita romper los bloqueos que se dan en situaciones y espacios determinados. En este sentido es un sistema de apropiación perspectivista, es decir, que se apropia y constituye lo real a partir de una miríada de actos singulares de enunciación y de reapropiación, enriqueciendo la complejidad y al mismo tiempo tornándola legible y practicable en las dimensiones estigmérgicas de su uso parcial, perspectivista, por parte de unas u otras componentes del sistema­red 15M.

Así, más allá de la «toma del poder», el movimiento del 15M presenta una ambivalencia no resuelta entre reconocimiento, regeneración democrática y éxodo. Porque no cuesta entender que la valencia antagonista del odio (puesto que la indignación es un odio) esté subordinada al proceso del sistema autopoiético, a la puesta en existencia de sí mismo. Odio necesario, pero subordinado a la constitución de las nociones comunes del sistema red. Entendemos así mejor la función de las máscaras, las mil caras y los mil programas del 15M como una modalidad de sabotaje de las funciones de identidad coextensivas a la formalización de un antagonismo molar entre dos sistemas

asimétricos, el sistema constitucional y el sistema­red 15M12. Donde, en las condiciones del espacio político del Estado­nación, la molarización del enfrentamiento con el sistema constitucional solo puede terminar con la descomposición del 15M en los atolladeros acostumbrados de la sacrosanta unidad transcendente o las «patologías» del escisionismo, la representación parlamentaria o el abandono de la desobediencia civil no violenta ante el recrudecimiento de la represión policial y judicial. Los problemas de la desnacionalización del espacio político europeo, el de la inmersión del sistema­red en el diagrama antagónico de explotación y expropiación de las políticas de «austeridad» en cada ciudad y territorio, así como el de la formalización constituyente del proceso mismo de apropiación y transformación de lo real por parte del sistema red en su puesta misma en existencia, (que atañen a la creación de instituciones y a la contraposición de una escritura y de unos actos constituyentes a una norma constitucional que ampara la supresión de las condiciones materiales o biopolíticas de la democracia bajo el imperium del sistema de partidos), son la cifra de la crisis presente del 15M tras el último ápice de intensidad del 15 de octubre de 2011.

Espero que estas consideraciones nos ayuden a comprender el 15M sin hacer uso de interpretaciones que anulan su potencia y esplendor, la banalizan o la reducen a esquemas sociológicos y politológicos acostumbrados. El 15M explica o expresa antes de representar, y los explicadores han de ser explicados.

 

 

 

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