La Europa de la PIIGS revolution

 

por ADRIÀ RODRÍGUEZ y GIGI ROGGERO

Una nueva fase

Durante el último mes i medio, después del verano de 2012, hemos asistido a una serie de acontecimientos que nos obligan a repensar la situación europea, así como la situación de las luchas, especialmente en el sur del continente. En Portugal, España y Grecia se están desarrollando nuevos procesos de conflicto que apuntan más allá de la simple crítica a las instituciones y las políticas de austeridad, y que empiezan a considerar como desafío la apertura de un proceso constituyente. Durante estos últimos dos años, en Grecia, los movimientos han canalizado una gran fuerza destituyente, hasta el punto llevar al derrumbe del gobierno “socialista” de Papandreou, si bien éste fue automáticamente sustituido por un gobierno técnico al servicio de los merados financieros. Las recientes movilizaciones multitudinarias contra la visita de Angela Merkel en Atenas y la huelga general del 18 de Octubre (con la muerte de un manifestante de 66 años por parte de la policía), confirman el rechazo absoluto del gobierno de las finanzas y de la austeridad. Lo que aquí nos interesa destacar es que durante este último mes y medio se ha desarrollado un proceso muy similar en Portugal y España, de forma simultánea. En el primer caso, el proceso se ha abierto a partir de las grandes manifestaciones del 15 de Septiembre en más de 40 ciudades de todo el país, bajo la consigna: “¡Fuera Troika! Queremos nuestras vidas”, un grito directo no sólo contra el diktat de la BCE, sino también contra el gobierno nacional, en cuanto engranajes de la misma máquina. Al 15-S le ha seguido el 29 de Septiembre, con otra jornada masiva de manifestación en Lisboa, delante del Parlamento, exactamente en el mismo momento que en Madrid decenas de miles de personas protestaban delante del Congreso de diputados por las mismas razones. El Congreso de Madrid ya había sido rodeado cuatro días antes, en una iniciativa convocada y difundida a través de las redes sociales, bajo el eslogan “Rodear el Congreso”, para exigir la inmediata dimisión del presidente Rajoy y la apertura de un proceso constituyente. Estas movilizaciones en Portugal y España han abierto una nueva fase para los movimientos, y ya se han convocado nuevas huelgas, protestas y bloqueos. Para el 14 de Noviembre está preparada la primera huelga general conjunta de Portugal, España, Grecia, Malta y Chipre. Igual que en Grecia, en Portugal y España las luchas también han iniciado un proceso destituyente. En Italia, sin embargo, los movimientos empiezan a rendir cuentas no sólo con el berlusconismo sino también, y sobre todo, con el anti-berlusconismo, es decir, con un conflicto centrado sobre una supuesta anomalía nacional y sobre la defensa de una constitución formal definitivamente muerta. En Europa, a partir del área del mediterráneo, la crisis de legitimidad y de gobernabilidad abre un nuevo espacio que es, al mismo tiempo, destituyente y constituyente.

El devenir PIIGS de Europa

La política siempre es una cuestión de espacio y de tiempo. La pregunta que debemos hacernos, por lo tanto, es ¿cuáles son las coordenadas a través de la cuales esta nueva fase puede determinar una transformación de las relaciones de poder? Nuestra respuesta es: Europa. Si los movimientos de los últimos dos años han asumido las características de un ciclo global de luchas, es importante destacar los puntos donde se ha desplegado con más fuerza la potencia constituyente. Europa se ubica en el medio plano entre la soberanía nacional en vías de disolución y un plano global que corre el riesgo de ser inaprehensible, a menos que se encarne en lugares que nos permitan tomar una posición dentro y contra. No obstante, es importante añadir que no se trata de enarbolar un discurso retórico sobre la Europa de los movimientos en contraposición a la Europa neoliberal. Tenemos que partir de la asunción que el espacio político europeo está fragmentado, y esto genera problemas también para el propio desarrollo de las luchas. Hoy, un discurso radical sobre Europa no sólo tiene que ser reafirmado, sino antes de nada recuperado.

En vistas de esta nueva fase que hemos descrito, se abre la posibilidad de replantear la hipótesis de Europa a partir del sur. Atención: no se trata de recuperar ni enaltecer de forma dialéctica el discurso de la Europa a dos velocidades. Crear una suerte de identidad meridional de los movimientos no haría más que reforzar los dispositivos de fragmentación que tienen que ser rotos. No se trata tampoco de hablar del particularismo de las regiones del sur (sobre el plano nacional las luchas no tienen ningún tipo de posibilidad estratégica), ni de reconsiderar los esquemas de la solidaridad internacional con las que tantas veces se posicionan las luchas en Alemania y en otros países. La alusión a un devenir PIIGS de Europa nos permite comprender la dimensión directamente europea de la crisis y de la explotación, aunque estas se manifiesten a través de espacios y temporalidades diferentes. Nos permite también destruir los discursos que hablan de un supuesto conflicto territorial, para mostrar su completa naturaleza de clase. Somos todxs PIIGS significa reconocer la condición común del problema en Europa, aunque con asimetrías en sus efectos, y replantear el cuestión de la generalización de las luchas contra la austeridad. Por lo tanto, entendemos el espacio del sur de Europa en términos tácticos, como una forma a través de la cual crear procesos recompositivos, un espacio donde la cadena del gobierno de la austeridad puede comenzarse a romper. Las luchas en el espacio meridional están ya desplegando una gran fuerza destituyente, pero para afirmarse de forma plenamente constituyente es necesario que conquisten el plano europeo. No podemos esperar, y en este punto vuelve la cuestión de tiempo; lo que hoy es posible, a largo plazo podría ya no serlo.

Algunas cuestiones abiertas

Existen diferencias importantes en la región mediterránea, tanto de contexto como de desarrollo de las luchas. Se trata de diferencias espaciales y temporales. Sin embargo, es fundamental destacar que existen líneas de tendencia compartidas que son globales y que hemos descrito muchas veces: la característica unificadora de la crisis y la precariedad, la composición de los movimientos, las prácticas de luchas, el uso político de las nuevas tecnologías, por solo nombrar algunas. Aquí queremos centrarnos en tres cuestiones abiertas con las cuales los movimientos se encuentran en esta coyuntura específica.

El primer elemento es el rechazo de la política representativa, que se acelera dentro de los procesos de precarización y empobrecimiento, en la crisis estructural de las instituciones de la soberanía nacional y de aquellas supranacionales. Si bien este aspecto destituyente se está afirmando con fuerza, esto puede desembocar en direcciones muy diferentes o incluso opuestas. La crisis irreversible de la representación determinada por los movimientos ha asumido formas que han sido definidas como “anti-política” por parte de los organismos mainstream, muchas veces también por parte de la vieja izquierda. Esta noción debe ser rechazada por cuanto es nostálgica y establece un vínculo ineludible entre la política y la representación. De lo que se trata aquí, según nuestro punto de vista, es exactamente de lo contrario: allí donde el rechazo no encuentre una forma de subjetivación común y constituyente, de nuevo principio político, se corre el riesgo de refugiarse en el rancor “anti-casta”, en la esterilidad del lamento y el resentimiento, en todas aquellas expresiones que no son la “anti-política”, sino la otra cara de la política representativa hoy en crisis. Al mismo tiempo, si la nueva forma de la política expresada por la autonomía de los movimientos no es capaz de ir más allá de los confines nacionales para reconocer inmediatamente el espacio europeo como el espacio de la acción, se corre el riesgo de consumirse en la impotencia, o aún peor, de refugiarse en la reivindicación soberanista y nacionalista contra la “dictadura financiera”, como si la representación y la soberanía nacional fueran la alternativa a la Troika y no aquello que realmente son: parte del problema.

El segundo  elemento importante hace referencia a los discursos sobre la corrupción, presentes en todos los movimientos sociales del Mediterráneo, y de hecho también en los del otro lado del Atlántico. Digámoslo de forma esquemática: la crítica a la corrupción, que responde  a una condición material agudizada por la crisis, corre el riesgo de individuar al enemigo. Exigir prisión para los corruptos, apelando al poder estatal y judicial, es la mejor forma para salvar el sistema que produce esta misma corrupción. Arrestar algún manager implicado en escándalos no arrestará un sistema vampiresco y parasitario; sólo servirá para lavarle la cara. De forma análoga, apelar a una supuesta economía real como solución a la especulación financiera significa no entender que hoy la financiarización no es nada más que la economía real del capitalismo global. Se trata, entonces, de dar la vuelta al discurso: la corrupción es representación de los dispositivos de fragmentación de la cooperación social, de las formas de precarización, el endeudamiento y la propiedad privada. Es la corrupción del común nuestro enemigo.

Finalmente, y en consecuencia, otra cuestión central a considerar por el desarrollo de las luchas es el fin  de la dialéctica entre público y privado, dialéctica que corrompe los procesos constituyentes, apelando al poder judicial, a la restauración del Estado, y no a la potencia común de los movimientos. En España tantas veces se hace referencia a lo público, resinificándolo, usando tácticamente un término exhausto para hacer alusión a un nuevo principio. La cuestión es, entonces, transformar la movilización contra la privatización en construcción de nuevas formas institucionales. Lo hemos visto también con la democracia, palabra que hoy en los movimientos ha dejado de mirar al pasado, a antiguas mitologías o modelos de la modernidad acabada. Democracia real ya! no significa restablecer el correcto funcionamiento de la democracia representativa, traicionada por las oligarquías corruptas, sino un nuevo proceso constituyente. La democracia no se fundamenta sobre las estructuras de la representación sino sobre la inmediata expresión de contrapoderes. O la democracia es ejercicio del común, o no es democracia.

El desafío constituyente

Durante los últimos años, así como en los próximos meses, las luchas dentro y contra la unidad europea han tenido y tendrán un carácter ambivalente. Hemos visto cómo cada una de las cuestiones analizadas más arriba abre líneas de desarrollo diferentes que determinan esta ambivalencia. Es en esta dimensión que tenemos que movernos, evitando de un lado pensar que cualquier conflicto es necesariamente positivo y progresivo. Creemos que Ágora 99, encuentro europeo que se desarrollará en Madrid del 1 al 4 de Noviembre, es una ocasión muy importante exactamente en esta dirección. Es en la relación entre los tres puntos sobre los que se trabajará en Ágora 99 –deuda, derechos, democracia- que las luchas se desarrollan en el plano global, y es precisamente a través de estos tres nodos que tenemos que continuar pensando la transformación y la organización. En este sentido es necesario seguir trabajando sobre un programa común, una carta de “principios inalienables” afirmados a partir de las luchas multitudinarias: abolición de la deuda y derecho a la insolvencia, auditoría de las grandes obras de la especulación internacional y metropolitana (del TAV a la burbuja inmobiliaria) intrínsecos a la financiarización, una nueva carta de derechos centrados en la renta garantizada y la buena vida, vivienda social, salud y cuidados, la libertad de circulación, la autonomía de la producción de conocimiento, acceso a la comunicación y las tecnologías, así como reapropiación de la moneda. Es en este punto que el derecho a la paz también tiene que ser repensado de forma revolucionaria, dentro de la lucha por una nueva Europa. Después de que terminara el ciclo de luchas contra la guerra los movimientos parece que han perdido de vista la necesidad de oponerse a ésta, incluso asumiendo muchas veces su inevitabilidad. Hoy este discurso contra la guerra tiene que volver al centro de la agenda política, puesto que la crisis nos lleva también una multiplicación de la opción bélica, sea de alta o de baja intensidad, a escala geopolítica o dentro de las metrópolis. Utilizamos en todos estos casos la noción de derecho de forma paradojal, para hablar de prácticas de luchas no juridificables. El derecho de acceso la riqueza común, de hecho, empieza por la misma apropiación de la riqueza común que colectivamente producimos.

Si una nueva fase constituyente se ha abierto, los movimientos tienen que tener la capacidad de imponer su propia agenda política. Es necesario hacerlo sobre un plano inmediatamente europeo y, tácticamente, a partir del espacio meridional. También aquí las estructuras de la representación han mostrado el fin de su propia función, por falta de coraje y por tendencias conservadoras. Nuestro papel es obligar a tales instituciones a ponerse a disposición de la autonomía de los movimientos. Exigimos a los sindicatos, por ejemplo, la convocatoria de una huelga general continental durante los próximos meses. No obstante, muchas veces, los movimientos recuperan la dialéctica entre macropolítica y micropolítica, entre tomar el palacio de invierno –hoy inexistente- o construir una relación de fuerzas. Las luchas por el común indican precisamente la disolución de esta dialéctica: para la construcción de nuevas formas institucionales es necesario encontrar las coordinadas en las que actuar, y las palancas e instrumentos a utilizar. Este es precisamente el desafío durante los próximos meses: la federación de contrapoderes a través de los cuales recuperar e instituir un nuevo espacio europeo. Aquí la fase constituyente puede ir más allá de la alusión y convertirse en práctica política y programa común.

El desafío es, obviamente, largo y complicado. No nos referimos sólo a la dificultad de construir dichos contrapoderes capaces de crear una ruptura, sino al problema del vacío institucional. Hoy la gobernanza capitalista europea se afirma precisamente sobre este vacío, sobre la crisis institucional, en el espacio entre lo que ya no existe y lo que aún está por nacer. No podemos limitarnos a contemplar de forma esperanzadora este vacío, so pena de explosión de posiciones nihilistas. El desafío es el de la profundización de la crisis, creando al mismo tiempo nuevas instituciones autónomas y realmente democráticas, fundadas sobre los “principios inalienables” determinados por los mismos movimientos. La crisis institucional no es, de hecho, un aspecto coyuntural, sino que indica el final de los modelos constitucionales existentes, basados en la mediación entre capital y trabajo asalariado, en la representación, y en la fosilización de las fuerzas constituyentes. Desde este punto de vista el desafío es precisamente la invención de formas constitucionales a la altura de la potencia de la cooperación social en red, que se expresa a través de las luchas, en la ocupación de las plazas, en la completa apropiación de las nuevas tecnologías por parte del trabajo vivo. Los nuevos movimientos globales demuestran que las viejas formas de la política, sean liberales o socialistas, están definitivamente muertas, y que no hay posibilidad de mediación reformista ni representativa. En este punto, el desafío constituyente se encarna en la autonomía y en la recomposición de la inteligencia colectiva, desde el sur hacia el conjunto de Europa.